LÍNEA DE FUEGO + Seis Impresiones
Facultad de Música - Universidad de Nariño - 2009
Laca sobre tela. 280x400cm. 2009
Laca sobre tela. 300x300cm. 2009
Laca sobre tela. 300x300cm. 2009
Laca sobre tela. 280x400cm. 2009
Laca sobre tela. 280x660cm. 2009
Laca sobre tela. 280x660cm. 2009
Laca sobre tela. 150x600cms. 2009
Laca sobre tela. 200x900cms. 2009
Serigrafía de polvo de metal y carburumdum sobre papel. 130x150cms. 2009
LÍNEA DE FUEGO O EL TRÓPICO DEL DESASTRE
En el taller del artista las telas se amontonan en los escaparates como en una tienda del zoco. En el desorden, ese caos ordenado del bazar, Insuasty reconoce cada pieza y la busca con la misma avidez de un comerciante que ha encontrado un cliente. Él va describiendo sus virtudes mientras la desenvuelve lentamente y uno va recibiendo el impacto visual que desprende su colorido y su fuerza, el poder de sus dimensiones, la simplicidad de la mancha, hasta que queda extendida en el suelo sucio del taller, como una alfombra persa cuya artesanía y belleza atrapa los sentidos.
La obra de Insuasty es sobredimensionada. Sorprende su magnitud con el pequeño taller que tiene en la ciudad de Barcelona, esa ciudad de España que se siente francesa y que palpita desde sus cimientos romanos cultura y arte, pero que no obstante se mantiene como una aldea cuyo aire inquieto no acaba de tener acomodo. Puede ser que sea una ciudad sobredimensionada cuya belleza incuestionable nos permite vivir en el espejismo, pero ese no es el asunto; a lo que me refiero es a la proporción-desproporción de la obra respecto del espacio físico del taller. El artista se desenvuelve, en ese espacio tomado, con la habilidad y soltura de un bibliotecario viejo. Alcanza la obra del escaparate y la enseña recogiéndose en una esquina desde donde nos guía en esa lectura de su trabajo, desvelando el sentido de su hacer, de su quehacer, y a la vez, revelándose, como en su técnica, ante nuestros ojos.
Porque la técnica de Insuasty es un revelado, un proceso de de invertir las formas y desvelarlas, revelarlas, como a la manera de los alquimistas, donde la intuición y la razón, luchan esa vieja batalla creadora que ordena, desordena, intuye, deduce, crea, recrea, y así, hasta que se impone una lógica, un equilibrio entre los contendientes y la obra es firmada y confinada a su lugar en la estantería del zoco taller. En el proceso de desvelarnos su obra, la conversación entusiasta y pausada de Edgar, nos va dejando la sensación de que se mueve con certeza en el azar, que prevé con anticipación el desenlace del caos, que ordena el desorden y que sabe a ciencia cierta los vericuetos del camino. Y es que el orden final en su obra no es solamente un asunto técnico, sino también, conceptual.
Sentado frente a uno de los enormes trípticos de sus volcanes que inician el proceso de “Línea de fuego”, él va indagando, subido en ese cráter, sobre la naturaleza explosiva de los volcanes, su capacidad de destrucción, su capacidad de creación y de construcción del paisaje, etc., y propone una semejanza donde la medida es lo humano, el hombre en su sentido más amplio, estableciendo una relación con su carácter explosivo, donde el resultado es el dolor y el sufrimiento, la violencia y la destrucción, la guerra y el odio, elementos atávicos de una especie con gran capacidad creadora y a la vez terriblemente autodestructiva.
El volcán Galeras inunda de cenizas la hermosa ciudad de Pasto, y de ese rugido de la tierra que altera el plácido silencio andino, surge también la inquietud del artista sobre su propia naturaleza, como ser humano, como creador, como miembro de una comunidad violentada por la fuerza telúrica del odio, como ciudadano de un país golpeado por la violencia, la injusticia social, el crimen de estado, el paramilitarismo, la guerrilla, el narcotráfico, y un largo etc. de desgracias que nos convierten en el epicentro de casi todas los desastres. Desde ese origen que padecemos todos los colombianos, Edgar traza, desde dos puntos distantes de Colombia, dos coordenadas, dos sitios simbólicos, dos líneas eclípticas que proyecta como una sombra nefasta sobre el resto del planeta, revelándonos nuevamente, una dimensión geográfica que podríamos llamar, un trópico del desastre , en el que los puntos que nos señala, esas otras coordenadas escogidas, van evidenciando esos volcanes humanos: explosiones de odios políticos, desastres religiosos, barbaries, injusticias de la guerra y el hambre, genocidios y crueldades, miserias de la sinrazón de una especie antropófaga de ambiciones desmedidas.
Podría girar y girar la bola y los volcanes surgirían por todo el planeta, de norte a sur y de este a oeste, en un paisaje de grados minutos y segundos, líneas de fuego, cráteres humeantes, explosivos epicentros, a los que Insuasty nos acerca con su metáfora artística, poniendo el dedo en la llaga, desde su propio origen volcánico, en los dos sentidos, por el Galeras que domina su geografía de nacimiento y su memoria, y ese otro volcán que es nuestro país, erosionado por una lava de sangre que nos recorre desde la “patria boba” hasta nuestros días, ese país en el que uno quisiera, que como máxima expresión de su furia telúrica, todo quedara, como el Galeras, en un rugido y una fina lluvia de ceniza. Solo ceniza.
Agustín Jiménez Pimentel
Barcelona. 2009-08-21
LÍNEA DE FUEGO
Las coordenadas son precisos puntos invisibles. Exactos lugares desconocidos. Habitados o deshabitados puntos y líneas que nos guían a través de un planeta extenso y complejo que se ordena con grados, minutos y segundos para darnos un lugar en el mundo.
La “línea de fuego” es una línea imaginaria de coordenadas. El artista ha seleccionado un punto geográfico al norte y otro al sur de Colombia proyectándolos como una sombra a través del planeta y creando una especie de trópico del desastre a partir de la eclíptica o línea transversal que se permite cruzar el ecuador y los trópicos. En su recorrido esa sombra nefasta va hallando sus paralelas, no geográficas, sino de conflicto. Una línea de fuego convulsa, una línea explosiva, una línea que va uniendo ese espíritu ancestral del hombre, armado con un hueso, un arcabuz, un misil, por los siglos de los siglos…
La obra nos guía en su recorrido por esos puntos exactos, que para la mayoría no nos dice nada, y que sin embargo a la luz de su traducción en lugares visibles, se revelan como espacios comunes, marcados por el volcán del conflicto. De allí que el volcán sea la metáfora de la que se vale el autor para introducirnos en epicentros de convulsión y violencia, donde la lava volcánica es para los mortales una lava de odio que lo impregna y destruye todo.
Aquí en el punto 30º 30’ 30,56’’ o allá en el punto 11º 47’ 24,07’’ el volcán ruge y tiembla la tierra, el rojo tiñe de dolor ese mundo, esa sombra proyectada por este país convulso y autodestructivo, como quien arma un rompecabezas de tragedias, de coordenadas invisibles y localizables en un mapa desfigurado por la fuerza telúrica del hombre. Puro atavismo.
A.J.
Laca sobre tela. 280x400cm. 2009
Laca sobre tela. 300x300cm. 2009
Laca sobre tela. 300x300cm. 2009
Laca sobre tela. 280x400cm. 2009
Laca sobre tela. 280x660cm. 2009
Laca sobre cuerina. 200x390cms. 2009
Laca sobre tela. 150x600cms. 2009
En la misma línea de búsqueda de seis impresiones, Veinticuatro Barrotes, alude a la penetración del espacio, a la vivencia interna en ese lugar donde el tiempo es detenido y a su vez, paradójicamente, continua su inexorable camino. El espacio es cuerpo, continente, recinto que nos atrapa y nos contiene. Lugar donde transcurre nuestra existencia interiorizada y oculta. Esa celda que nos limita y oprime nuestra propia naturaleza. Veinticuatro son las horas del día, veinticuatro son también los barrotes de esa celda que el artista recoge como una huella, la impresiona, y la revela, y en esa revelación descubrimos la relación física y temporal de la existencia, nuestro transitar sin camino, nuestro vuelo sin alas. Pero en la limitación del espacio del reo y nuestra propia limitación siempre cabe la esperanza, aunque para ello debamos desprendernos de nuestro cuerpo e ignorar esos barrotes. El trabajo es arduo pero no imposible si se aplica el principio oriental, profundamente filosófico, que nos propone que es posible conseguir la libertad en un metro cuadrado.
Laca sobre tela. 200x900cms. 2009
Seis impresiones es un viaje al interior del ser humano. Su primera frontera es el rostro, es la imagen externa. De ella se vale el artista para hacernos cruzar hacia un viaje intenso, cargado de misterio. Ese misterio se representa gráficamente en la presencia- ausencia de la totalidad, los rostros se diluyen, se fragmentan, se deshacen y se auto destruyen. Son rostros de reos, prisioneros, de seres humanos en cautividad, pero que proyectan su circunstancia a cada uno de nosotros, prisioneros a la vez de nuestros propios conflictos internos, atrapados en nuestras propias dudas existenciales, carentes de certezas y a la deriva en un mar revuelto sin horizonte a la vista. Cada uno está impregnado de su propia circunstancia, de sus vivencias, atrapado en los hilos de la memoria y arrastrado a la incertidumbre del devenir. Son rostros oxidados, envejecidos por su propia crueldad, así que el oxido que cae sobre ellos es el de su propia culpa, el arma ha sido pulverizada para terminar de imprimir una imagen que llena de contenido su propia existencia, enrojecida con el color del hierro como una metáfora de la violencia y del sufrimiento. El artista nos la presenta como una máscara en la que intuimos lo que oculta, el verdadero rostro que esconde. No se trata de una representación del culpable, porque ello carece de interés, sino más bien de una representación de lo humano en el sentido más amplio, el cual soporta sus propias vivencias como una carga ineludible que le representa en su yo interno y le proyecta a su yo externo, esa última frontera desvelada por la imagen que nos coloca todos frente a un espejo envejecido por nuestra propia experiencia.
Serigrafía de polvo de metal y carburumdum sobre papel. 130x150cms. 2009
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